COMENTARIOS SOBRE ALGUNAS DE MIS TESIS
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Debido a reacciones y preguntas que he recibido en torno a las 94 tesis que publiqué en línea el 31 de octubre, día en que celebramos el aniversario 500 de lo que se considera el inicio de la Reforma Protestante, quisiera compartir aquí algunos comentarios con respecto a algunas de mis tesis.
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Tesis 1. El único Dios verdadero es el Dios que ama sin reservas y de manera incondicional a todos los seres humanos por igual. Este es el Dios proclamado por Jesús y las Escrituras que llamamos el Antiguo y el Nuevo Testamento. Cualquier persona que cree en un Dios que no ama sin reservas de manera incondicional a todos los seres humanos por igual cree en un Dios falso. Sin embargo, de ninguna manera son los cristianos los únicos que creen en el verdadero Dios o en Jesús.
Tal como afirmo más adelante en mis tesis, hay sentidos en los que ciertas afirmaciones son verdad y no son verdad al mismo tiempo. Hay que tener eso en mente al interpretar cada una de las afirmaciones de esta tesis.
Cuando los cristianos y muchos de los que no son cristianos hablan de “Dios,” generalmente toman por sentado que todos estamos hablando del mismo ser supremo. Sin embargo, hay muchísimas formas de concebir a Dios que difieren mucho entre sí. Por esta razón, cuando hablamos de Dios, necesitamos definir o especificar de qué Dios o concepto de Dios estamos hablando. La mayoría de nosotros afirmaría que hay conceptos de Dios que no sólo nos parecen inaceptables sino también ofensivos o nocivos, mientras hay otras formas de concebir a Dios que aprobaríamos, inclusive con fervor y entusiasmo. Esto nos lleva a preguntar: ¿Cuál debe ser el criterio para distinguir las formas de concebir a Dios que son aceptables de las que no lo son?
Mi propia respuesta a esa pregunta es que las únicas formas aceptables de concebir a Dios son las que afirman que Dios ama “sin reservas y de manera incondicional a todos los seres humanos por igual.” Creo que éste es el Dios que encontramos en las Escrituras. Un Dios que ama solamente a algunos seres humanos pero no a todos, por ejemplo, o que ama a algunos más que a otros, para mí no es el Dios verdadero. Tampoco lo es un Dios cuyo amor es condicional, ya que creo que el verdadero amor es incondicional por su misma naturaleza. Cabe aclarar que, como digo más adelante en mis tesis, yo entiendo el amor en términos de buscar el bienestar integral de los demás. Entonces, cuando afirmo que Dios ama a todos los seres humanos de esa manera, lo que quiero decir es que Dios procura el bienestar integral de todos los seres humanos por igual, “sin reservas y de manera incondicional.” Obviamente, si no creemos que Dios sea así, no tenemos bases para afirmar que los seres humanos también debamos amar a todas las personas de la misma manera, pues Dios no podría exigir de nosotros algo que ni él mismo practica.
Cuando afirmo que los cristianos no son los únicos que creen en el verdadero Dios, lo que quiero decir es que no me cabe duda de que hay muchas personas de otras tradiciones de fe, sean judíos, musulmanes, budistas, hindúes, o de alguna otra tradición, que estarían de acuerdo con la afirmación que “el único Dios verdadero es el Dios que ama sin reservas y de manera incondicional a todos los seres humanos por igual.” Por supuesto, el concepto de Dios que tienen estas personas diferirá de muchas maneras del concepto de Dios que tengo yo como cristiano. Pero si creen en un Dios que ama a todos los seres humanos de esa forma, ¿quién soy yo para afirmar que el Dios en el que creen no es el Dios verdadero? Además, si podemos ponernos de acuerdo sobre este punto con personas de otras tradiciones de fe, entonces creo que podemos trabajar junto con ellas y ellos a favor de la justicia y el bien en este mundo. En cambio, me sería difícil trabajar en unión y armonía con alguien que no cree en un Dios que ama de esa manera a todos los seres humanos por igual, independientemente de la tradición o confesión a la que esa persona pertenezca. En la tesis 79, propongo que, aun cuando hay un sentido en que podemos decir que personas de distintas tradiciones y confesiones creemos en el mismo Dios, debemos reconocer que en otro sentido los Dioses en los que creemos difieren entre sí.
Cabe aclarar también que creo que hay muchos cristianos que no creen en un Dios que ame a todos los seres humanos por igual “sin reservas y de manera incondicional.” Por ejemplo, creen que Dios ama más a los cristianos que a los no cristianos, o inclusive que aborrece a los no cristianos o a los “pecadores” que no se arrepienten de su pecado. Aun entre cristianos, entonces, existen conceptos de Dios que difieren entre sí. Pero yo diría que todos los cristianos que están de acuerdo con la afirmación que Dios ama a todas las personas por igual “sin reservas y de manera incondicional” creen en el mismo Dios, a pesar de las diferentes maneras en las que conciben a este Dios.
Finalmente, creo que todos reconoceríamos que los que no son cristianos no creen en Jesús de la misma forma en que los cristianos creemos en él. Sin embargo, hay judíos que en algún sentido de la palabra sí creen en Jesús. Los musulmanes creen en Jesús como un gran profeta, y Gandhi también afirmaba que creía en Jesús. De hecho, entre los mismos cristianos hay muchos conceptos diferentes de Jesús, e inclusive hay algunos que lo ven principalmente como un gran ser humano, líder, o profeta, igual que muchos de los no cristianos. Por supuesto, como afirmo más adelante en mis tesis (ver por ejemplo las tesis 30-31), en lo personal yo creo en Jesús como un verdadero ser humano y a la vez como el Hijo unigénito de Dios, a diferencia de los que no son cristianos. Pero si uno les preguntara a muchos de los que no son cristianos si creen en Jesús, un buen número respondería que sí.
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Tesis 8. Como madre que nos ama, Dios exige que le obedezcamos por la única razón de que quiere nuestro bien.
Dado que el término “Dios” es de género masculino y que la palabra “diosa” tiene connotaciones paganas que los cristianos en general rechazan, en español es muy difícil resolver el problema de cómo referirnos a Dios de una manera inclusiva, sin dar la impresión de que el Dios en quien creemos es masculino sin ser femenino también. Me parece que la mejor solución a este problema es hablar de Dios tanto como “madre” como “padre,” aunque esta solución no es del todo satisfactoria. En lo que sí insistiría es que debemos concebir a Dios tanto en términos femeninos como masculinos, en lugar de afirmar que no es ni lo uno ni lo otro, pues eso sería “despersonalizar” a Dios, ya que todas las personas tienen género. Por supuesto, al mismo tiempo que hablamos de Dios de esta manera, necesitamos cuestionar nuestras definiciones de lo que es femenino y masculino, pues esas definiciones reflejan prejuicios y estereotipos que tienden a reforzar la falta de equidad de género que todavía existe en la sociedad, la iglesia, y otros espacios. Pienso que también podemos referirnos a Dios como “ella” y no sólo cómo “él,” como hago en las tesis 75 y 76, aun cuando según la gramática española tradicional ese uso del pronombre femenino no es correcto.
Debido al hecho de que en inglés esta problemática es distinta, en la página en la que aparecen mis 94 tesis en inglés, he incluido un artículo sobre el uso del lenguaje inclusivo para hablar de Dios (“Inclusive God-Language”).
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Tesis 12. Los que niegan que los seres humanos hemos evolucionado de otras especies mediante un proceso que ha durado miles de millones de años niegan al mismo tiempo algunas de las verdades más básicas de la historia de la creación que encontramos en la Biblia. Sólo un Dios cuyo amor no conoce límites nos crearía de tal manera como para dejarnos rascándonos la cabeza y preguntándonos, “¿Por qué se entretuvo tanto tiempo Dios antes de traernos a la existencia? ¿Y por qué nos colocó dentro de un parque de diversiones tan gigantesco? ¿Y a dónde nos quiere conducir con todo esto?”
¿Cuáles son algunas de las “verdades más básicas” a las que me estoy refiriendo en esta tesis? El autor del cap. 1 de Génesis quería enfatizar la inmensidad, el poder, y la grandeza de Dios. Sin embargo, su concepción de la tierra y los cielos era muy limitada y pequeña en comparación con el universo tan vasto y extenso que hemos descubierto hoy. En particular, el autor de Génesis creía que las estrellas, los astros, y los cuerpos celestiales estaban integrados dentro un gran domo o “firmamento” que Dios había colocado por encima de la tierra (Gén. 1:14-18). Los primeros dos capítulos de Génesis también pretenden resaltar el lugar único y especial que ocupan los seres humanos en la creación de Dios, ya que fueron creados a la imagen y semejanza de Dios al final de su actividad creadora (Gén. 1:26-27), o bien, según Gén. 2:4-7, hacia el principio de esa actividad. Pero si afirmamos que el proceso de traernos a la existencia es la culminación de miles de millones de años de actividad creadora por parte de Dios, ¿no enfatizamos de la misma manera—o inclusive aun más—cuán especiales y excepcionales somos los seres humanos para Dios? Si Dios se tomó tanto tiempo para amoldarnos en los seres que somos y lo hizo con tanto cuidado y precisión, ¿no fue por considerarnos sumamente preciosos, maravillosos, y extraordinarios?
El relato de Génesis dice que, al crear el mundo, Dios hizo una separación entre las aguas y las separó de la tierra seca, y luego trajo a la existencia la vegetación y las aves, las criaturas del mar, y otros seres vivos en el espacio de seis días, antes de formar a los seres humanos. El relato también enfatiza repetidamente que todo lo creado fue “bueno” (Gén. 1:1-13). Esto hace suponer que Dios se deleitaba en la creación de todas estas cosas y criaturas, “regocijándose” en ellas como manifestaciones de su sabiduría, como leemos en Prov. 8:22-31. Pero si en realidad la creación del universo y la tierra duró miles de millones de años, y la formación de seres vivos sobre la tierra también duró miles de millones de años, ¿no fue porque Dios se estaba deleitando en todo lo que iba creando y disfrutando de él enormemente? ¿No es motivo de gran gozo y objeto de su profundo amor cada uno de los cuerpos celestiales dentro de las galaxias y constelaciones que ha creado, así como cada una de las formaciones geológicas tan asombrosas y hermosas que hizo aparecer sobre la tierra y la composición y evolución de tantos seres vivos que varían enormemente entre sí, desde los organismos unicelulares, compuestos por innumerables átomos y moléculas, hasta las criaturas más complejas que hay? Aun cuando incontables especies de seres vivos que anteriormente poblaban la tierra han desaparecido debido a su extinción en diferentes épocas de la historia, ¿no fueron en su momento una fuente de inmenso gozo para Dios, y no le llenó también de gozo ver las nuevas especies tan fascinantes que la evolución y extinción de otras especies hizo posible? Si Dios se ha tardado tanto para llevar a cabo el proceso que nos ha traído a los seres humanos a la existencia, ¿acaso no es porque pasó tanto tiempo admirándose y maravillándose de todo lo que iba evolucionando, y también porque el amor de Dios por el resto de su creación es tan grande como su amor por nosotros los seres humanos? ¿Y no prologaría tanto ese proceso Dios también por su deseo de poder contemplar un mundo tan insondable, multiforme, espléndido, y sublime de manera que, por más que lo contemplemos y lo estudiemos nosotros—no sólo en su estado actual sino también en las formas que tomó en el pasado y las que podrá tomar en el futuro—nunca dejamos de quedarnos sorprendidos y atónitos por su magnificencia? En base a todo esto, ¿no habría que afirmar que el amor que Dios ha mostrado a través de todo este proceso tan largo es igual o inclusive mayor que el amor descrito de manera implícita en los primeros dos capítulos de Génesis?
Los relatos de la creación también hacen hincapié sobre la gran diversidad y complejidad de los seres creados por Dios. ¿No nos ha mostrado la ciencia que esta diversidad y complejidad son muchísimo más grandes de lo que podían imaginarse los que narraban y escribieron esos relatos? ¿Y no es una muestra del amor de Dios el hecho de que, entre más tratemos de asimilar y comprender las cosas tan insólitas que Dios ha creado y sigue preservando, más intrigados y estupefactos nos quedamos frente a la enormidad y hermosura de todo lo que existe? ¿Y no nos mueve todo esto a crecer y profundizar mucho más en nuestra fe, en lugar de llevarnos a cuestionar o abandonar esa fe?
Podemos discernir entonces en los relatos bíblicos de la creación la idea que Dios ama mucho la diversidad. Entre mayor sea la diversidad, mayor será también la cantidad de cosas y seres que podamos admirar, disfrutar, y apreciar. El hecho de que existe tanta diversidad permite que cada ser vivo tenga algo especial y único que ofrecer a los demás y compartir con ellos y ellas. Gracias a los grandes avances en la ciencia, hemos podido darnos cuenta de que, debido al proceso evolutivo, esa diversidad es muchísimo mayor de lo que jamás pudieron haberse imaginado los que preservaron y pusieron por escrito los relatos bíblicos de la creación. Hoy día sabemos que hay más de un millón de especies de seres vivos, lo cual significa que habría sido imposible que un solo hombre les pusiera un nombre particular a todas estas especies, como se dice de Adán en Gén. 2:19-20. Sin embargo, si lo que quieren afirmar esos relatos es que, al ponerles nombre a las distintas especies, Adán estableció una relación especial entre él y todas esas especies—una relación que luego heredarían de él todos sus descendientes—entonces podemos suponer que el amor de Dios por todos los seres que ha creado y por los seres humanos que viven en una relación especial con esos otros seres es mucho más grande de lo que pudieron articular y describir los relatos bíblicos.
En Gén. 2:15, se dice que Dios le dio al primer hombre la tarea de labrar y cultivar la tierra y cuidar del jardín en el que Dios lo había colocado. ¿Acaso no habría que afirmar que este pasaje anticipa y prefigura todas las cosas que los seres humanos formarían, plasmarían, y elaborarían utilizando elementos tomados de la naturaleza? Y si es así, ¿cómo pudo haberse imaginado el autor de este pasaje el grado de evolución que alcanzarían los seres humanos, de modo que hayan sido capaces de inventar, diseñar, fabricar, construir, y producir la increíble variedad de cosas que existen en nuestro mundo hoy?
Los relatos de la creación también dan a entender que existirían ciclos de vida y muerte entre las plantas, árboles, y frutas que Dios creó, y que probablemente habría el mismo tipo de ciclos entre todos los demás seres vivos que Dios trajo a la existencia (Gén. 1:11-12, 20-30). Esto supone que desde el principio la muerte era parte de un proceso natural que permite que surja nueva vida. Aunque sin duda en muchos casos la muerte es dolorosa, ¿no sugiere esto que, al vivir y morir, cada ser vivo que ha existido en los miles de millones de años que han pasado desde el inicio de la creación ha hecho posible que nuevas formas de vida sean engendradas, y de esta manera, no se podría decir también que cada ser que ha existido ha dado su vida por los demás, así como recibió su vida de otros seres? ¿Y no demuestra esto que desde el principio la intención de Dios era que, tanto en vida como en muerte, cada ser vivo expresara su amor por el resto de las cosas y seres creados, contribuyendo de muchas maneras a su preservación y proliferación?
En lugar de ver la relación entre los distintos seres vivos en términos de una lucha competitiva caracterizada por la “sobrevivencia del más fuerte,” podemos entender esa relación más bien en términos de cooperación y simbiosis, ya que cada ser contribuye de alguna forma a la fecundación y proliferación de la vida sobre la tierra. Aun en los casos de los seres vivos que mueren a manos de otros para servirles de alimento, su muerte hace posible la preservación de esos otros seres vivos. Aunque los relatos bíblicos de la creación no tocan este punto de manera explícita, claramente dan a entender que todos los distintos organismos y seres vivos sirven de alguna forma para impartir vida a otros.
Los relatos de la creación también dan a entender que el futuro está abierto y todavía no ha sido definido del todo, y que mientras seguimos viviendo y evolucionando como parte de la buena creación de Dios, encontramos sentido y propósito en la vida. Sin embargo, esos relatos no dicen de manera explícita cuál es el sentido y el propósito de la vida. ¿No debemos pensar que la razón por la que no tocan esta cuestión es que, al ir nosotros evolucionando, Dios quiere que nosotros mismos vayamos dándole sentido y propósito a nuestra vida y al mundo en general, y que por eso Dios no ha definido de manera unilateral ese sentido y propósito sin nuestra participación, ya que eso significaría ponernos límites a nosotros y a nuestro futuro?
Creer que la vida en general y los seres humanos en particular han ido evolucionando durante un período de tiempo extremadamente largo nos lleva a concluir que la intención de Dios era que continuamente siguiéramos aprendiendo y creciendo a través de un proceso que sería prolongado, y por esa razón también sería apreciado entre nosotros como algo muy hermoso y precioso. La historia bíblica de la creación claramente da la impresión de que Dios quiere que el proceso de aprender, crecer, y desarrollarnos sea algo que nos traiga gozo y placer, aun cuando esta idea no aparece ahí de manera explícita.
Si quisiéramos, podríamos ir ampliando mucho más la lista de maneras en que el proceso evolutivo que ha hecho posible la existencia del mundo y los seres humanos tal como los conocemos hoy enfatiza y desarrolla ideas que podemos discernir en los relatos bíblicos de la creación. Por supuesto, aceptar como un hecho el proceso evolutivo en sí no nos lleva a cuestionar la afirmación de Pablo de que la creación ha sido “sujetada a vanidad” y está “gimiendo a una con dolores de parto hasta ahora,” anhelando el día en que “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:19-23). Sin embargo, en base a la perspectiva presentada aquí, podemos afirmar que si negamos que somos producto de un proceso evolutivo muy largo, negamos también algunas de las verdades más básicas que la historia bíblica de la creación pretende comunicarnos, por lo menos en el sentido de que negar que tal proceso haya ocurrido tiende a minimizar la magnitud y grandeza del amor de Dios.
Finalmente, es importante enfatizar que, aun cuando no aceptemos como histórico en un sentido literal mucho de lo que afirma el relato bíblico de la creación, todavía podemos afirmar con plena confianza que, en un sentido figurativo, ese relato sí es verdad, porque comunica y representa fielmente las verdades más importantes sobre nuestra identidad como seres humanos, nuestra relación con Dios y el mundo, nuestros orígenes, y lo que Dios desea para nosotros y para nuestro mundo. Sobre todo, ese relato refleja la convicción de que el Dios en el que creemos es sumamente bueno y amoroso, y que ese mismo amor lo llevó a crear este mundo que en su esencia es “bueno en gran manera” (Gén. 1:31).
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Tesis 13. Lo que llamamos “ciencia” en realidad consiste de creencias y convicciones más que certezas. Los científicos dicen, “Tenemos evidencia más que suficiente para creer que muchas de las hipótesis que hemos formulado son ciertas, y en base a eso, estamos convencidos de que otras de nuestras hipótesis también son verdad. Pero como nunca podemos alcanzar la certeza absoluta, necesitamos seguir formulando y explorando nuevas hipótesis para luego tratar de reunir la evidencia suficiente como para concluir que estas hipótesis también son ciertas.” Esta forma de proceder caracteriza no sólo a los científicos sino también a los cristianos.
En esta tesis, de ninguna manera quiero poner en duda los innumerables descubrimientos y avances que la ciencia ha hecho posible. Más bien, lo que pretendo señalar es el hecho de que, en última instancia, aun los conocimientos que hemos llegado a poseer están basados en nuestras creencias y convicciones sobre cosas como la naturaleza de la realidad, la veracidad de nuestras percepciones y experiencias, y las “leyes” que definen cómo funcionan las cosas en nuestro mundo. A fin de cuentas, debido al hecho de que todo lo que percibimos a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto, y el tacto se transmite a nuestro cerebro a través de impulsos eléctricos, asumimos constantemente que esos impulsos reflejan fielmente la realidad, esto es, lo que es “real” y no “ficticio.” Además, nuestras creencias, emociones, recuerdos, y estado de ánimo influyen en la manera en que nuestro cerebro recibe, interpreta, y organiza esos impulsos eléctricos, de manera que hasta cierto punto nuestro cerebro no sólo percibe la realidad sino que también construye e inclusive crea la realidad al buscar darle sentido a lo que percibimos.
Todo esto tiene implicaciones importantes para nuestra fe. Nuestras creencias y convicciones acerca de Dios, nosotros mismos, y el mundo afectan la manera en que entendemos e interpretamos la realidad y le dan sentido a nuestra vida. Sin embargo, al mismo tiempo, esas creencias y convicciones están basadas en las experiencias que tenemos en la vida y son derivadas de esas experiencias. Podemos estar convencidos de que verdaderamente hemos experimentado a Dios de muchas maneras y a través de muchas personas y eventos en el transcurso de nuestra vida, y como consecuencia podemos tomar esas experiencias como “evidencia” que fundamenta nuestras convicciones más básicas sobre quiénes somos, el sentido y propósito de nuestra vida, y las maneras en que nos relacionamos o nos debemos relacionar con Dios y el mundo que nos rodea. En este sentido, la misma forma de proceder de los científicos caracteriza también a los cristianos, ya que las creencias y convicciones que tienen acerca de la realidad también están basadas en experiencias que sirven como “evidencia” para confirmar y corroborar esas creencias y convicciones. Pero, igual que los científicos, los cristianos necesitan constantemente seguir examinando y analizando la evidencia sobre la cual están basadas sus creencias, y al hacer esto, al mismo tiempo necesitan continuamente aclarar, redefinir, reconsiderar, repensar, y reconfigurar esas creencias. Por esta razón, su fe siempre está “bajo construcción” como “una obra en progreso,” lo cual permite que esa fe siga siendo dinámica, activa, inquisitiva, y vivaz, y de esa manera pueda seguirles sosteniendo en su vida diaria. Cuando este proceso deja de tener lugar en ellos y ellas, su fe se decae, se vuelve estática y sedentaria, e inclusive puede marchitarse y desaparecer.
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Sobre las tesis 20-24, ver mi ponencia “Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI,” disponible en mi sitio web 94t.mx.
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Tesis 33. Para entender por qué los escritos del Antiguo y el Nuevo Testamento afirman que a veces Dios hace o permite que la gente sufra por su propio bien, debemos recordar que los autores de esos escritos tomaron como punto de partida su convicción de que en su esencia Dios es amor puro e incondicional, y en base a esa convicción luego trataron de explicar por qué Dios había causado o permitido los males que habían sufrido. Cada persona tiene el derecho de recurrir a ese tipo de explicaciones para tratar de darles sentido a las cosas que ha sufrido, pero es cruel y abominable hacer uso de ese tipo de explicaciones para interpretar el sufrimiento de los demás.
A través de la Biblia, se afirma que Dios ocasiona o permite el sufrimiento entre la gente por diferentes razones: para llevar a la gente a reconocer su pecado y arrepentirse, para probar y fortalecer su fe, para disciplinar a la gente por los pecados que ha cometido, para corregir su conducta pecaminosa, para evitar que otros caigan en la misma clase de conducta, y para demostrarle a la gente que la conducta pecaminosa tiene consecuencias muy dañinas. Ya que todos estos objetivos pueden ser vistos como buenos y amorosos, motivados por el deseo de promover el bienestar entre la gente, este tipo de explicaciones permitía que las personas que experimentaban mucho sufrimiento en su vida reconciliara ese sufrimiento con su fe en un Dios de amor que siempre actúa pensando en su bien. Según esta forma de pensar, Dios siempre tiene un propósito bueno y amoroso cuando ocasiona o permite el sufrimiento entre la gente.
De esta manera, por ejemplo, cuando el pueblo de Israel pasaba por épocas en las que sufría mucho debido a la mortandad, la opresión, o el exilio bajo pueblos extranjeros, en lugar de concluir que su Dios YHWH los había abandonado, que era más débil que los dioses de las otras naciones y por eso no había podido proteger a su pueblo, o de hecho que no existía, muchos miembros del pueblo explicaban su sufrimiento diciendo que Dios estaba ocasionando o permitiendo ese sufrimiento en respuesta a los pecados que habían cometido. Se decía lo mismo cuando el pueblo de Israel en general o ciertos miembros del pueblo en particular experimentaban enfermedad, hambrunas, u otras aflicciones e infortunios. Se afirmaba que la única razón por la cual el Dios bueno, amoroso, y todopoderoso en el que creían permitiría que sufrieran males de ese tipo era porque a través de esos males procuraba provocar un cambio para bien en ellos y ellas o en otras personas que contemplaban lo que les sucedía.
Si algún creyente hoy día quiere recurrir a este tipo de explicaciones para interpretar su propio sufrimiento, darle sentido, o atribuirle algún propósito, sin duda tiene la libertad de hacerlo. Muchas veces, cuando los creyentes reflexionan sobre los sufrimientos y momentos difíciles por los que han pasado en su vida, llegan a la conclusión de que Dios utilizó esas experiencias dolorosas y difíciles para transformarlos de alguna forma o para cumplir algún propósito bueno y amoroso en su vida. Inclusive a veces pueden ver lo que sufrieron como una bendición de Dios que resultó ser para su bien. Por supuesto, en muchos casos los creyentes no interpretan sus sufrimientos de esa manera, pues a veces no ven que haya resultado nada bueno o positivo como consecuencia de su sufrimiento o pérdida. En esos casos, les puede costar mucho trabajo reconciliar el mal que han sufrido con su fe en un Dios bueno y amoroso.
Sin embargo, recurrir a ese tipo de explicaciones para interpretar el sufrimiento de otras personas es “cruel y abominable” porque significa afirmar que Dios les está haciendo sufrir debido a algún pecado que cometieron, como si ellas o ellos mismos fueran responsables por lo que están sufriendo. Es igualmente reprochable decirles que lo que están sufriendo es bueno o que es para su bien, puesto que Dios pretende cumplir algún propósito bueno y amoroso a través de ese sufrimiento. En esos casos, se les echa la culpa a las mismas personas por lo que sufren o se les comunica la idea de que deben aceptar su sufrimiento con alegría, agradecimiento, y resignación en lugar de buscar ser sanadas o liberadas del mal que sufren, ya que eso sería contrario a la voluntad de Dios. Al mismo tiempo, se les da a entender que deben considerar como bueno, bondadoso, y misericordioso a un Dios que de manera intencional los hace sufrir y pasar por experiencias muy dolorosas, como si lastimar a la gente fuera un acto de amor.
Por lo tanto, en lugar de tratar de explicar, interpretar, o justificar el sufrimiento de otras personas en base al tipo de explicaciones que hemos considerado arriba, las cuales podemos encontrar en la misma Biblia, debemos simplemente acompañar a los que sufren y ofrecerles nuestro apoyo, haciendo lo posible para que experimenten por medio de nosotros el amor de Dios en medio de su sufrimiento y a pesar de ese sufrimiento. En esta vida, nunca encontraremos respuestas del todo satisfactorias a la pregunta de por qué permite Dios el sufrimiento; sus razones y propósitos siguen y seguirán siendo un misterio para nosotros.
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Tesis 46. Como señalaba Lutero, aun las mejores cosas que hacemos están manchadas por el pecado. Por lo tanto, todo lo bueno que hacemos no deja de ser de alguna manera malo también.
Al considerar la afirmación de Lutero de que aun las mejores cosas que hacemos en la vida están manchadas por el pecado, no la entiendo en el sentido de que nuestro pecado consiste en tratar de ganar o merecer nuestra salvación o justificación a través de nuestras buenas obras, sino en el sentido de que cada uno de nosotros, seamos creyentes en Cristo o no, sigue siendo un pecador durante su vida entera debido a la naturaleza humana pecaminosa que nos es común a todos. Como escribe San Pablo en Rom. 7:15-23, el pecado—esto es, el poder del pecado—que mora en nosotros constantemente nos induce a hacer cosas malas que no queremos hacer y a la vez nos impide hacer todas las cosas buenas que sí quisiéramos hacer. Por supuesto, con la ayuda de Cristo y el Espíritu de Dios, podemos dominar hasta cierto punto esta inclinación hacia el pecado en esta vida, pero nunca logramos dominarla por completo.
Sin embargo, la naturaleza pecaminosa que nos es común a todos los seres humanos también nos lleva a establecer y mantener sistemas y estructuras pecaminosos que a todos nos hacen daño. Estos sistemas y estructuras han llegado a afectar todo lo que existe y se hace en este mundo, de modo que no tenemos alternativa sino vivir bajo su influencia y soportarlos de la mejor manera posible dentro de sociedades que nunca dejan de ser corruptas y estar dominadas por el pecado. De este modo, aun cuando hacemos cosas buenas, el pecado que hay dentro de nosotros y alrededor de nosotros afecta no sólo nuestras acciones sino también las consecuencias de esas acciones.
El pecado “mancha” todo el bien que procuramos hacer de muchas maneras diferentes. Ese pecado puede llevarnos a buscar hacer lo que consideramos bueno por las razones equivocadas, corromper nuestras buenas intenciones, inducirnos a perseguir algún interés propio en lugar de procurar solamente el bien de los demás, impedir que las consecuencias de nuestras acciones sean del todo buenas, y movernos a hacer cosas que no sólo ayudan a los demás sino que también terminan lastimándolos a ellos y ellas o a alguien más de alguna manera. El pecado que hay en nosotros y alrededor de nosotros puede cegarnos de modo que no alcanzamos a distinguir lo que en verdad es bueno o hace falta dentro de algún contexto particular, meternos en situaciones en las que no podemos hacer el bien que queremos sin tener que cometer también algún mal, impedir que logremos alcanzar plenamente ese bien, detenernos cuando queremos darle el seguimiento necesario a las cosas buenas que hemos hecho, o forzarnos a hacer cosas que no deseamos hacer cuando únicamente estamos intentando hacer el bien. Muchas veces el bien que logramos hacer termina perpetuando y fortaleciendo de alguna forma los mismos sistemas y estructuras opresivos que queremos ver debilitados o destruidos, aumentando su dominio sobre nosotros en lugar de disminuirlo. En fin, por ser nosotros pecadores y vivir en un mundo pecador, el pecado siempre se hace presente de alguna manera en todo lo que hacemos, por más que deseemos hacer sólo el bien.
Por todas estas razones, podemos afirmar que todo lo bueno que hacemos es de alguna manera malo también. Sin embargo, decir que algo es malo no es necesariamente decir que es pecaminoso. Más bien, la idea es que no hay nada en este mundo caído y dominado por el pecado que pueda ser puro y bueno en su totalidad. Sólo podemos ayudar a alguien que necesita ayuda haciendo a un lado a otras personas que también necesitan algún tipo de ayuda. De hecho, ayudar a los demás a veces requiere que dejemos de darle la atención debida a nuestro propio bienestar o el de nuestros seres queridos, lo cual no es bueno. El hecho de que nuestro tiempo, nuestra energía, y nuestros recursos siempre están limitados significa que nunca podemos hacer todo el bien que quisiéramos o debiéramos. Nunca podemos atender a todo el mundo, de manera que cuidar y atender a algunas personas siempre significa descuidar y desatender a otras. Para amar a los demás, siempre es necesario pagar algún precio o sacrificar algo en nuestra vida o la vida de otros, y eso nunca puede ser del todo bueno ni para nosotros ni para ellos y ellas. Además, debido al hecho de que todos dependemos de recursos naturales que únicamente se encuentran en el medio ambiente en que vivimos, es imposible no dañar ese medio ambiente de alguna forma al buscar preservar y mejorar nuestra vida y la de los demás.
¿Por qué es importante que tomemos conciencia de todo esto? Precisamente porque Dios nos llama y nos manda a todos a hacer lo que es bueno, justo, y correcto. Al esforzarnos por hacer lo que Dios exige de nosotros, debemos siempre estar conscientes del hecho de que nuestras acciones siempre serán manchadas por el pecado y nunca serán del todo buenas. Cuando nos damos cuenta de esto, al buscar hacer el bien, no sólo veremos siempre la necesidad de pedirle constantemente a Dios su ayuda y su perdón, sino que también nos pondremos a analizar y evaluar cuidadosamente las cosas buenas que buscamos hacer para evitar hasta donde sea posible realizar acciones que al mismo tiempo nos perjudican a nosotros o a otras personas.
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Tesis 62. Por haber creado Dios la sexualidad y por ser Dios bueno, no debemos sentirnos molestos cuando dos personas adultas solteras y maduras deciden establecer una relación sexual sana caracterizada por el amor mutuo, el consentimiento pleno de ambas partes sin presiones de ningún tipo, y el compromiso de ser fieles la una a la otra, aun cuando las dos personas sean del mismo género. Al contrario, debemos celebrar y regocijarnos con Dios cuando se complace en darle a alguien una pareja con la cual puede vivir en ese tipo de relación. Si esas dos personas pueden ser unidas en matrimonio de manera formal y oficial, debemos animarles a considerar la posibilidad de hacerlo por su propio bien, ya que asumir esa clase de compromiso les permite a ambos cónyuges cavar juntos un pozo que se vuelve cada vez más profundo. De esta manera, pueden satisfacer siempre su sed con agua que nunca deja de ser fresca.
Es muy común que la gente critique o rechace como pecaminosas muchas de las relaciones de tipo sexual que deciden establecer entre sí dos adultos solteros y maduros, aun cuando esas relaciones sean sanas y estén caracterizadas por un amor profundo y sincero entre los dos. Existen muchos motivos por estas actitudes negativas. Entre ellos podemos mencionar la diferencia de edad entre las dos personas, cuestiones raciales, consideraciones de tipo socio-económico, el hecho de que las dos personas no han sido debidamente casadas, o el hecho de que son del mismo género. Muchos biblistas han escrito ampliamente sobre esta última cuestión para demostrar de manera convincente que los pasajes bíblicos que parecen condenar relaciones de tipo sexual entre dos personas del mismo género en realidad pretendían responder a prácticas y situaciones que eran muy diferentes a las que existen hoy cuando dos individuos del mismo género comparten un amor verdadero y genuino y se comprometen a cuidarse el uno al otro, viviendo en una relación sana en la que ambos prometen serle fiel a su pareja y compartir su vida con él o ella.
Cabe señalar también que, según el reconocido historiador británico Diarmaid MacCulloch, no fue hasta fines de la edad media que la Iglesia Católica Romana “empezó a considerar el matrimonio como uno de los siete sacramentos, y luego se esforzó por convencer a los laicos que aceptaran una de las consecuencias lógicas centrales de esta nueva doctrina: por definición era necesario que un acto sacramental fuera realizado dentro del marco de la liturgia de la Iglesia, de manera que los matrimonios debían realizarse dentro de un templo y la cohabitación no debía comenzar hasta que eso hubiera ocurrido. En este punto, la Iglesia Occidental medieval fracasó. Los laicos seguían adhiriéndose a la convicción (la cual había sido aceptada de manera oficial en siglos anteriores en la vida de la Iglesia) que, aun cuando el matrimonio era un don dado por Dios, para contraer matrimonio sólo era necesario un acto de consentimiento entre el hombre y la mujer involucrados. Las relaciones sexuales se daban desde ese momento, y si se realizaba una boda dentro de una iglesia, ésta era algo adicional y opcional. Todo esto cambió en el siglo dieciséis. A pesar de sus distintos puntos de vista sobre la cuestión de si el matrimonio es o no un sacramento, tanto los protestantes como los católicos comenzaron a considerar como fornicación actividades sexuales que anteriormente habían sido vistas entre la población como la primera etapa del matrimonio, y luego reeducaron a la población para que viera esta actividad como pecaminosa” (Reformation: Europe’s House Divided 1490–1700; London: Allen Lane, 2003, p. 634). Esto demuestra que los conceptos sobre el matrimonio han variado mucho entre los cristianos a través de los siglos. Además, ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento prescriben algún tipo de ceremonia o rito que debe ser realizado para unir a dos personas en matrimonio.
Sin embargo, por experiencia propia, me he dado cuenta de que lo que lleva a muchos cristianos a ver con aprobación el tipo de relaciones de naturaleza sexual que tradicionalmente han sido consideradas pecaminosas o ilegítimas no son argumentos basados en reinterpretaciones de las Escrituras, sino la experiencia de conocer de cerca a parejas que viven en relaciones de ese tipo que aman y sirven a Dios con un corazón sincero y comparten entre sí un amor profundo y genuino que es a la vez sano y saludable. Cuando uno llega a conocer a esta clase de parejas, se da cuenta de que ya no puede en buena conciencia condenar y censurar la relación que trae tanto gozo a ambas partes, y más bien la llega a ver como algo maravilloso que es grato ante los ojos de Dios, regocijándose de que en su gracia Dios le ha dado a cada uno alguien con quien puede compartir su vida.
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Tesis 66. Afirmar que una esposa debe someterse a su esposo por ser él varón o decir que las mujeres deben someterse a los hombres por causa de su género es inhumano, sádico, y contrario a las Escrituras.
Muchos cristianos dirían que pasajes como 1 Cor. 11:3-16, 14:33-35, Efe. 5:22-24, Col. 3:18, y 1 Tim. 2:11-15 muestran claramente que lo que afirma esta tesis no es verdad. Sin embargo, muchos otros han presentado argumentos convincentes que demuestran que las lecturas tradicionales de pasajes como éstos no reflejan ni representan fielmente la lógica que está detrás de ellos. (Ver, por ejemplo, muchos de los artículos en inglés que están en el sitio juniaproject.com )
En todo caso, ninguno de los pasajes que acabo de señalar afirman de manera explícita que una esposa debe someterse a su esposo por ser él varón o que las mujeres deben someterse a los hombres por causa de su género. Más bien, hay que ver estos pasajes dentro de su contexto original, donde en términos generales las normas sociales dictaban que los hombres y las mujeres debían asumir diferentes papeles en la vida cotidiana. Por ejemplo, las mujeres generalmente no tenían acceso a los mismos niveles de educación formal que los hombres, ni gozaban de las mismas oportunidades laborales. La situación de la mujer en la sociedad tendía a ser muy precaria, como lo es todavía en muchas partes del mundo hoy. Las mujeres que se atrevían a dejar sus hogares para dirigirse a otros lugares sin ir acompañadas enfrentaban ciertos peligros y corrían ciertos riesgos que los hombres que hacían lo mismo generalmente no enfrentaban ni corrían.
Por lo tanto, al leer los pasajes del Nuevo Testamento que afirman que las esposas deben someterse a sus esposos o parecen sugerir que las mujeres en general no deben asumir ciertos papeles que en el pasado han sido reservados para los hombres, es importante reconocer que esos pasajes reflejan las normas y condiciones sociales de aquel tiempo. La lógica detrás de esos pasajes no está basada simplemente en el hecho de que los hombres son de género masculino y las mujeres de género femenino. Más bien, esa lógica responde a los contextos en los cuales fueron escritas esas epístolas, donde se definían los papeles de género de maneras distintas a las actuales debido a las realidades sociales que imperaban, y a los autores de esas epístolas les pareció que en aquellos contextos era mejor que por lo menos algunos de esos papeles fueran preservados dentro de la iglesia.
Sin embargo, debido al hecho de que los contextos y las condiciones sociales que existen entre nosotros en la actualidad ya no son los mismos que había en la época en la que fueron escritos los libros que ahora componen el Nuevo Testamento, los pasajes mencionados en los párrafos anteriores no deben ser aplicados directamente a las relaciones entre cónyuges o entre hombres y mujeres hoy. Interpretarlos de esa forma contribuye a la inequidad de género y con frecuencia ha llevado a las mujeres que sufren abuso por parte de sus maridos u otros hombres a sentirse obligadas a resignarse a aceptar ese abuso de manera pasiva, como si esa forma de responder al abuso contara con la aprobación de Dios. De hecho, en base a pasajes como los que se han señalado, a veces se ha justificado el abuso de las mujeres por parte de los hombres diciendo que es una muestra de amor hacia ellas, ya que supuestamente la violencia que sufren es para su bien. Esto es inhumano, sádico, y contrario a las Escrituras (ver también las tesis 51 y 90).
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Tesis 80. Hay muchísimas cosas maravillosas e incomparables en el Judaísmo, el Islam, el Hinduismo, y el Budismo que no existen dentro del cristianismo. De la misma manera, los Católicorromanos, los Pentecostales, y los Testigos de Jehová poseen muchos tesoros que los luteranos no pueden sino ver con envidia..
Obviamente, hay muchas creencias y prácticas en otras tradiciones de fe que son incompatibles con la fe cristiana. Sin embargo, cualquiera que entra en diálogo o convive durante un tiempo con personas de otras tradiciones de fe, como el Judaísmo, el Islam, el Hinduismo, el Budismo, entre otras, descubre muy pronto que hay muchas cosas maravillosas e incomparables en esas tradiciones que son fuente de gozo, paz, y bienestar y que dan sentido a la vida de las personas que las practican. Como cristianos, debemos ver esto como algo bueno en lugar de simplemente rechazar y condenar todo lo que hay dentro de esas tradiciones de fe.
Por supuesto, así como hay muchas cosas dentro de esas tradiciones que para los cristianos son inaceptables, los cristianos también deben darse cuenta de que hay muchas cosas dentro del cristianismo que son inaceptables para personas de otras tradiciones de fe. Esto se debe en gran parte al hecho de que muchos cristianos han vivido y actuado de maneras que contradicen lo que enseña su propia tradición de fe. Habría que decir lo mismo acerca de personas de otras tradiciones cuya forma de vida y comportamiento han sido contrarios a su propia tradición de fe. Por esta razón, no debemos condenar en términos generales esas otras tradiciones de fe simplemente porque algunas de las personas que pertenecen a esas tradiciones hacen cosas indebidas y reprensibles en nombre de la fe que profesan—cosas que otras personas que pertenecen a la misma tradición de fe consideran contrarias a esa tradición.
Asimismo, hay muchas doctrinas y prácticas en otras tradiciones cristianas que los cristianos luteranos no aceptan, igual como hay doctrinas y prácticas que entre algunos luteranos son aceptables y entre otros no lo son. Al mismo tiempo, los cristianos luteranos deben reconocer que uno puede encontrar en otras tradiciones cristianas muchas cosas buenas que no existen dentro del luteranismo. Por ejemplo, hay muchos aspectos de la espiritualidad católicorromana y pentecostal que son admirables, edificantes, consoladores, y transformativos para los creyentes que pertenecen a esas tradiciones, pero que no forman parte de la tradición luterana. Muchos de los creyentes dentro de esas tradiciones también tienen perspectivas sobre la fe, la vida, y el mundo que podrían enriquecer mucho a otras formas del cristianismo, como el luteranismo. Cada tradición y confesión cristiana tiene una historia particular que la hace especial y única y enfatiza aspectos de la fe y la práctica cristianas que la distingue de otras tradiciones y confesiones cristianas. Por supuesto, cada tradición y confesión cristiana—incluyendo la tradición luterana en sus diversas representaciones—también tiene elementos que otros cristianos no aceptan o adoptan por no considerarlos buenos o bíblicos.
Muchos cristianos afirmarían que no hay que considerar a los Testigos de Jehová como un grupo cristiano debido a las creencias y enseñanzas que les son particulares. También hay muchos aspectos de la fe y la práctica de los Testigos de Jehová que los cristianos no consideran buenos o aceptables, como su insistencia de que, por ser las únicas correctas, sus interpretaciones de las Escrituras son incuestionables, así como su incapacidad para entablar con otros un verdadero diálogo desde una perspectiva crítica con una mente abierta. Sin embargo, entre los Testigos de Jehová hay cosas que pueden ser consideradas como dignas de admiración, como su sentido de comunidad y unidad, su celo por compartir con otras personas sus creencias debido a su convicción de que esas creencias pueden beneficiarlas, y la sensación de gozo, paz, y esperanza que su fe produce en muchos de ellos. En lugar de despreciar, odiar, o ridiculizar a los Testigos de Jehová y otros grupos que consideramos seudo-cristianos, los que nos identificamos como cristianos debemos respetarlos y mostrarles amor, de la misma manera que debemos amar a todas las personas en general en lugar de menospreciarlas o faltarles el respeto.
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- No es necesario ser luterano para ser luterano. De hecho, hay muchos que no son luteranos pero son más luteranos que muchos luteranos, igual como hay luteranos que son menos luteranos que muchos de los que no son luteranos. Por supuesto, lo que realmente importa es ser cristiano. Sin embargo, siguiendo con la misma idea, hay muchos cristianos que no actúan como cristianos y de hecho no son cristianos, igual como hay muchos que no son cristianos pero son más cristianos que muchos de los cristianos.
El hecho de que mis tesis hablan mucho de Lutero y el luteranismo podría dar la impresión de que fueron escritas sólo para cristianos luteranos. Pero no es así—al contrario, las he escrito para personas de cualquier confesión o tradición de fe, sea cristiana o no, e inclusive para personas que no se identifican con ninguna confesión o tradición de fe o que ni siquiera creen en Dios.
Sin embargo, por ser luterano, yo comparto mi fe desde mi propia tradición. Hay muchas formas de entender y definir el luteranismo, así como hay muchas formas de entender y definir el cristianismo. Pero para mí, lo más importante es el evangelio. Esa palabra significa diferentes cosas para diferentes personas, pero desde mi perspectiva como luterano, todo gira en torno a la gracia de Dios, esto es, su amor incondicional. Lo que proclama el evangelio es el Dios que he procurado presentar en mis tesis, el Dios que “ama sin reservas y de manera incondicional a todos los seres humanos por igual.” La manifestación suprema de ese amor fue que envió a su Hijo Jesucristo para establecer alrededor del mundo una “comunidad de comunidades” compuesta por personas que conocerían, vivirían, y practicarían ese mismo amor—el amor que está dispuesto a darlo todo, así como Dios lo dio todo cuando envió a su Hijo al mundo, sabiendo de antemano las consecuencias, y como Jesucristo lo dio todo cuando dedicó su vida a la formación y fortalecimiento de esa comunidad y estuvo dispuesto inclusive a sufrir una muerte muy cruel para que esa comunidad no sólo llegara a existir sino que también prosperara y se extendiera por todas partes. Nadie puede en verdad considerarse miembro de esta comunidad si no asume y vive el mismo compromiso que mostró Dios al enviar y entregar a su Hijo a la muerte, y que mostró el mismo Jesús al negarse a dejar de trabajar a favor de esa comunidad para verla crecer y florecer, aun cuando esa decisión finalmente le costó la vida.
El evangelio, entonces, anuncia, proclama, y muestra ese mismo amor de Dios y su Hijo por todo el mundo, a la vez que llama a todos y todas a seguir a Jesús por su propio bien y felicidad, así como el bien y la felicidad de los demás. Según este evangelio, negarse uno a sí mismo, tomar su cruz, y seguir a Cristo es pura gracia, porque no hay nada mejor en la vida que amar a Dios y a los demás de esa manera a la vez que gozamos del amor de Dios y nuestros hermanos y hermanas que comparten la misma fe y están convencidos de la misma verdad.
En mi caso particular, yo soy luterano porque creo que, a través de Lutero, Dios hizo que se diera a conocer nuevamente ese evangelio que entre la mayoría de los cristianos había quedado en el olvido y se había perdido de vista. Aun cuando hay muchos aspectos del pensamiento de Lutero con los que no estoy totalmente de acuerdo, no creo que haya habido otra persona en la historia de la iglesia desde la era apostólica que haya captado y articulado ese evangelio mejor que él, precisamente por su énfasis sobre la gracia de Dios y su forma de entender la fe, como la confianza plena en un Dios de puro amor.
¿Significa esto que deseo que todos se hagan luteranos? Sí y no. Sí en el sentido de que deseo que todos conozcan y crean en ese evangelio tan hermoso, maravilloso, y transformador que acabo de describir, el cual constituye el centro y el núcleo de la fe cristiana de acuerdo al pensamiento luterano. Pero al mismo tiempo, de ninguna manera quisiera que todos los cristianos o todas las personas en general dejaran sus propias confesiones y tradiciones de fe para unirse a la iglesia luterana o convertirse en luteranos en el sentido en que generalmente se ha entendido el ser luterano. Nos hacen mucha falta todas las distintas perspectivas sobre Dios, Jesús, el amor, y la vida cristiana que encontramos en las diferentes denominaciones, confesiones, y tradiciones cristianas. Necesitamos mucho de esa diversidad, y en cada una de estas denominaciones, confesiones, y tradiciones cristianas, hay cosas muy preciosas e inigualables que todos debemos valorar y apreciar. Esto incluye no sólo la diversidad de pensamiento y doctrina, sino también la diversidad de prácticas y costumbres, la diversidad en las formas de adorar y servir a Dios y vivir en comunidad con otras personas, y la diversidad en áreas como la espiritualidad, las formas en que buscamos justicia y bienestar en el mundo y la sociedad, y las maneras en que vivimos y expresamos nuestra fe en la vida cotidiana.
Lo que afirmo en esta tesis, entonces, es que hay muchos cristianos que entienden el evangelio de la misma forma en que yo lo entiendo desde mi perspectiva luterana. En ese sentido, los considero “luteranos,” aun cuando no quisiera imponerles una designación o apelativo que no aceptarían como suyo. Por eso, digo que “no hay que ser luterano para ser luterano,” y también agrego que “hay muchos que no son luteranos pero son más luteranos que muchos luteranos,” pues he conocido a muchas personas que se consideran luteranas que desde mi perspectiva no han entendido ni captado bien el evangelio tal como Lutero lo proclamó y vivió. A la vez, he conocido a muchas personas de otras tradiciones cristianas que desde mi punto de vista sí han entendido y captado bien el evangelio mejor que muchos de los que se llaman “luteranos.” A eso me refiero cuando digo que “hay luteranos que son menos luteranos que muchos de los que no son luteranos.”
Por supuesto, creo que todos los cristianos y luteranos estaríamos de acuerdo que lo más importante es ser cristiano, esto es, seguir a Cristo. Como luterano, yo no soy seguidor de Lutero sino solamente de Jesucristo. Pero mi forma de entender lo que significa ser cristiano y seguir a Cristo es distinta a la que tiene mucha gente que se identifica como cristiana. De hecho, lo que me ha motivado a escribir estas tesis y otras cosas que he compartido con los demás es precisamente mi convicción de que hay muchas formas del “cristianismo” que tienden a ser opresivas y le hacen daño a la gente. Para mí, sólo se puede considerar “cristiano” aquello que verdaderamente libera, transforma, y promueve el bienestar integral de todas las personas por igual. Por eso, afirmo que “hay muchos cristianos que no actúan como cristianos y de hecho no son cristianos, igual como hay muchos que no son cristianos pero son más cristianos que muchos de los cristianos.” Con respecto a esta última afirmación, tal como doy a entender en otras de estas tesis, creo que muchas de las personas que no se consideran cristianas o inclusive son agnósticas o ateas entienden y viven mejor que muchos cristianos lo que es la gracia y el amor incondicional que constituyen la característica principal y la esencia del evangelio y la fe cristiana.
David Brondos
6 de diciembre de 2017